Categoría: Uncategorized

¿Por qué decimos blanco y no albo?

El dequeísmo

«Fui a por ella»

Persona non grata

El anglicismo aka significa alias

Educarlos por nuestra seguridad

Por Carmina Pérez Capistrán

El feminismo obliga a repensar la definición de masculinidad. En la medida en la que la mujer siga luchando por sus derechos, empujará a los hombres a repensar su papel en la sociedad, incluso motivará a las propias mujeres a cambiar ese modelo arcaico de educar a los hombres.

Nosotras contribuimos a crear machos, no somos las únicas responsables, pero contribuimos en gran medida a perpetuar un modelo educativo tan viejo como perjudicial no solo para las mujeres, sino también para los propios hombres.

De hecho, cuando nos topamos con un hombre que “hace cosas distintas de un macho”, lo criticamos con la mirada, sonreímos con burla, pensamos que su mujer es una fondonga o pensamos que es gay. ¿O no? Dime, mujer, qué piensas cuando ves a un hombre comprando carne en el súper, formado en la fila de las tortillas, comprando toallas sanitarias, tampones o pañales.

O si lo ves barriendo su calle, tendiendo la ropa, trapeando, lavando la ropa, lavando el baño o preparando la comida. Puedes pensar muchas cosas, pero una de las principales: es un mandilón. ¿Por qué no pensamos que es un hombre criado para ser autosuficiente, capaz de hacer cualquier labor porque para él las labores femeninas o masculinas son solo etiquetas?

Si eso pensamos cuando vemos a un hombre haciendo “labores femeninas”, qué pensaríamos si lo vemos llorar a moco tendido, si dijera expresiones como “¡Ay, qué hermoso!”. ¡Por Dios hasta el lenguaje está etiquetado como femenino o masculino!, es decir, un hombre no puede decir “lindo”, “hermoso”, “bello”, por ejemplo, porque entonces es gay y si una mujer dice “cabrón”, “chingada madre”, “puto”, “wey”, es una pelada, barbajana, sin clase; pero si un hombre las dice, está bien.

Así que diseñamos nuestra sociedad basándonos en lo femenino y masculino, y son tantos años de vivir bajo ese modelo que ahora nos cuesta, tanto a hombres como mujeres, deshacernos de esos estereotipos y ser más libres, hacer lo que se nos pegue la gana (respetando al prójimo) sin temor a que nos vean con ojos de crítica o con ganas de llevarnos a la hoguera.

Pero vamos avanzando. La liberación de la mujer provocará la liberación del hombre. Repensar nuestro papel en la sociedad, los hará redefinir el suyo y llorarán si tienen ganas, pues para eso tienen lagrimales, y su mejor amigo los abrazará para consolarlos sin que los demás piensen que son gais y si lo son, pues qué bien, es su vida y son sus decisiones.

Y así como deberían llorar porque por algo tienen lagrimales, también podrán cargar a un bebé, pues sus brazos están diseñados igual que los de las mujeres; podrán lavar su ropa, cocinar, ir de compras, planchar, tender la cama o cuidar a los niños. Su cuerpo está diseñado casi igual que el de nosotras, salvo por la fuerza y por los genitales.

¿Qué puedes hacer tú, mujer, para contribuir a eliminar esos estereotipos? Si eres madre, educa a tus hijos hombres y mujeres para ser personas responsables, libres, sin límites ni etiquetas. No eduques hombres machos, ni mujeres sumisas. Educa personas que reconozcan su valor (seguros de sí mismos), que exploten todas sus capacidades, que acepten naturalmente las diferencias de los demás y las suyas, que no las escondan, al contrario, que se sientan orgullosos de ellas.

También podrías dejar de mirar con crítica al hombre que se formó delante de ti en la sección de carnes del súper y no te rías si no sabe pedir bien un corte de carne, yo soy mujer y tampoco lo sé.

Verbos tormentosos: satisfacer

¿Homogeneidad u homogenidad?

¿De dónde viene?: la expresión de auxilio S.O.S

Potenciar, no «potencializar»