Categoría: Lingüística

Selfie en inglés, autofoto o autorretrato en español

Por Carmina Capistrán

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El Diccionario Oxford la eligió como la palabra del año 2013 y gracias a Ellen DeGeneres podría ser la palabra del 2014 en todo el mundo. Quizá exagero, pero no se puede dudar de la influencia que tienen los Premios Óscar, espectáculo visto por miles en todo el mundo.

En diciembre del 2013 la Fundéu publicó su recomendación al respecto: Mejor autofoto que selfie para referirse a  «las fotografías que uno toma de sí mismo, solo o en compañía de otros, en general con teléfonos móviles, tabletas o cámaras web, y luego sube a redes sociales».

Autofoto proviene del prefijo o elemento compositivo griego auto- (‘propio’ o ‘por uno mismo’) y del sustantivo foto, forma abreviada y coloquial de fotografía. Rigurosamente este término tendría que significar  ‘foto que se hace uno de sí mismo’  tal como el término autorretrato que ya está registrado en el DRAE como nombre masculino que significa ‘Retrato de una persona hecho por ella misma’ y que está formado por el prefijo  auto- y por el sustantivo retrato.

El prefijo o elemento compositivo auto- añade en estas voces un rasgo enfático que puede parafrasearse como ‘por sí solo, sin ayuda, sin intervención de otros’ (Nueva gramática de la lengua española), entonces, ¿es correcto proponer autofoto o autorretrato como opciones de selfie si en las acepciones de estos dos términos no se incluye la participación de otros, sino solo la de uno mismo?

Quizá. Si dejamos el rigor a un lado y consideramos que auto- también se refiere a ‘algo hecho por uno mismo’ como en autoliquidación, que no significa liquidación de uno mismo, sino liquidación hecha por uno mismo. En este caso el rasgo enfático de auto- es el de ‘ausencia de dependencia’ o ‘capacidad autónoma’.

Entonces, a las acepciones de autofoto y autorretrato se les agrega  el hecho de que la foto puede ser de uno mismo solo o en compañía de otros, y que además, sube a las redes sociales.

Es un hecho que las palabras tienen que adaptarse a las nuevas realidades sociales y este es un claro ejemplo, siempre y cuando tengan un respaldo morfológico coherente. Y considerando que el selfie de Ellen DeGeneres fue viral, no sería mala idea que la Fundéu insistiera en las opciones que tenemos en español para este término.

 

 

GRAMÁTICA: El tiburón y ¿la tiburona?, sustantivos epicenos.

DE DÓNDE VIENE: agenda

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Por Sergio Embleton Márquez

Hago mal en encomendar a la memoria mis pendientes. A veces se me olvida lo que tengo que hacer: tareas, citas, compromisos o cumpleaños. Mi memoria me ha traicionado incontables veces. Siempre me dicen «¿por qué mejor no te compras una agenda para apuntar todas esas cosas? Así sabrás bien qué hacer». ¿Qué? ¿Comprarme una libretita para anotar mis actividades? Apuesto a que también se me olvidaría llevármela. Agenda, agenda… ¿Por qué esa libretita se llama agenda?

Como soy curioso, me puse a investigar acerca de esa palabra. Primero traté de analizarla por mí mismo: sin duda, se trata de una palabra de origen latino (parece que descubrí el agua tibia). En efecto, es una palabra latina; para ser más específicos, un verbo. «Agenda» viene del verbo agěre, que significa en un principio «to put in motion, to move», pero también, en un sentido más general, «to do, act, labor», de acuerdo con el A New Latin Dictionary de Lewis y Short. Ahora bien, «agenda» es una forma del verbo latino denominada gerundivo. El gerundivo es un adjetivo verbal que expresa una noción de obligación y futuridad (cf. Menge: 730-31). «Agenda» es una palabra de género neutro y está en plural. Esta forma verbal puede ser traducida de varias formas:

  • Las cosas que deben ser hechas
  • Las cosas que deben hacerse
  • Las cosas que han de hacerse
  • Las cosas que se han de hacer
  • Las cosas que han de ser hechas

O más fácilmente:

  • Lo que hay que hacer.

En este punto, creí que mi análisis tenía cierta lógica.

Finalmente, después de mis análisis y elucubraciones, decidí ir al Diccionario de la lengua española de la RAE a revisar la entrada de este vocablo. Leí esto: «agenda (Del lat. agenda, cosas que se han de hacer). f. Libro o cuaderno en que se apunta, para no olvidarlo, aquello que se ha de hacer». Vaya, no estaba errado. Ahora, el porqué del nombre de aquella libretita cobraba mucho sentido. Todo el sentido. Me han estado recomendando una solución para mis olvidos. La agenda, desde su nombre mismo, me está diciendo que ella recordaría mejor que yo qué tanto tengo que hacer. Necio de mí por no hacer caso y comprarme una para no seguir olvidando mis pendientes.

Sergio Embleton Márquez (México, D.F., 1990). Egresado de la Licenciatura en guitarra en el Conservatorio Nacional de Música y estudiante del último año de la Licenciatura en Letras Clásicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente, es profesor adjunto de la cátedra de Latín VII en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Bibliografía:

Lewis, Charlton y Charles Short. A New Latin Dictionary. Oxford: The Clarendon Press, 1891.

Menge, Hermann. Lehrbuch der lateinischen Syntax und Semantik. Darmstadt: WGB (Wissenschaftliche Buchgesellschaft), 2009.

Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe, 2001.

LA REGLA ORTOGRÁFICA: de 29 a 27 las letras de nuestro abecedario

FONÉTICA: Error por apócope

FONÉTICA

RECURSOS: MAPAS LINGÜÍSTICOS INTERACTIVOS

Linguamon te permite ver en mapas la ubicación de las diferentes familias lingüísticas del mundo, así como otras por regiones. Tiene mapas predefinidos y un buscador en el que puedes poner la lengua o el país del que requieres información.

Linguamón, Casa de las Lenguas es un organismo gubernamental creado en 2005 e integrado por la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona.

Muy interesante.

http://www15.gencat.net/pLinguamonres_casa_llengues/mapes/index.html?idioma=6

NOMBRES: FALSAS CREENCIAS

Debe ser corto, debe sonar bonito, debe ser en español, debe…

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Como creadores de nombres para marcas a veces nos metemos en problemas al prometer «milagros» a los clientes, todo con tal de obtener la cuenta, de que nos den el proyecto. Pero es mejor aclarar desde el princio que las características «obligadas» de un nombre, no son  tan obligadas. Veamos por qué:

UN NOMBRE DEBE SER (AUNQUE NO SIEMPRE LO ES)…

Corto y fonéticamente agradable.

¿Pero qué pasa con Häagen-Dazs? Es largo y además, con una grafía extraña para el hablante español; sin embargo, se ha posicionado y el público aprendió a pronunciarlo. Siempre recomendamos nombres corto y fáciles de pronunciar, sí, pues esto facilita el posicionamiento de la marca y evita que se desvirtúe su fonética. La marca de helados se posicionó porque la empresa se encargó de hacer una campaña para enseñar al público a pronunciar el nombre: un gasto que podría haberse evitado, pero que viéndolo desde el punto de vista costo-beneficio fue atinado. El nombre transmite un origen europeo (aunque no lo es), de clase premium (que sí lo es) y es un nombre original, sin otro que se le parezca en el mercado: valía la pena el gasto de la campaña para enseñar la pronunciación.

Que refleje los valores de la marca.

Se le pide mucho a un nombre; en realidad se le piden milagros al creativo, namer, lingüista o publicista (quien sea que se dedique a crear nombres). Es imposible que una palabra, una sola, transmita tanto, especialmente cuando va a designar algo nuevo. Las palabras van «recogiendo» (denotaciones y connotaciones) significado conforme van evolucionando y si hoy sale a la venta un producto llamado Bimbo el público lo va a relacionar con algo que ya conoce o a «lo que le suena»: bombo, biombo, limbo…

Sin embargo, después de años en el mercado, de darle al público experiencias (sean buenas o malas), Bimbo tendrá mucho que transmitir. Es decir, es trabajo de la marca crear alrededor del nombre toda la carga de significados que desee. Claro está que el público por su parte le otorgará los que haya tenido con su relación con el producto. Un nombre nuevo arranca o nace con una determinada carga semántica, pero no con todos los valores de la marca.

El latín siempre nos saca del apuro.

Es mejor facilitarte el camino a nuestro público si el nombre es en su idioma, pero si no es posible (debido a la estrategia), podemos explorar muchas opciones, pero por favor, vayamos más allá del latín (el siempre tan recurrido latín). Qué tal las onomatopeyas (Kokorico, marca creada a partir del sonido que hacen los gallos en francés; marca de perfume de Jean Paul Gaultier), la combinación de sufijos con palabras base o con parte de la palabra base, la prefijación, la castellanización creativa de extranjerismos, etc.

Que sea en un idioma conocido por el hablante.

Bueno, sí es mejor, ya que evitamos que nuestro público sufra tratando de adivinar cómo se pronuncia el nombre y que incluso hasta le dé pena pedirlo en la tienda (no se desvirtúa fonéticamente), pero no siempre es posible. Si recurrimos a otro idioma tratemos de que el nombre sea lo más sencillo posible, no todos tienen la suerte de Häagen-Dazs, ni el presupuesto.

Consideraciones finales

  • La empresa debe tener claro que el creativo, lingüista o namer puede crear un nombre que comunicará determinadas cualidades/características del producto, pero la labor de crear todo un mundo, una personalidad y experiencias alrededor de la nueva marca es de la empresa.
  • Como creadores de nombres exploremos las miles de opciones que nos da nuestro idioma (español) y los demás. Alejémonos un poco del latín o el griego. Perdamos el miedo a proponer lo que podría considerarse alocado, sustentemos con el racional lingüístico.
  • Es mejor hacer una campaña para dar a conocer el producto que para enseñar a pronunciar el nombre de este: es menos costoso a la larga.

LINGÜÍSTICA: NOMBRES DE MARCAS AL DICCIONARIO

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«A las siete de esta mañana mi radio despertador (Coo Coo d’Alessi para Thomson) me ha hecho levantar
con el último éxito de Coldplay. Lentamente, me he metido en la bañera (Duravit) y me he enjabonado la
cabeza con un champú (Revlon) para cabello normal. Me he dado cuenta demasiado tarde de que el gel
de ducha (Neutro Balance) se había acabado, por lo que me he dado más prisa de lo que suele ser habitual.
Después de secarme con la toalla (Emporio Armani) y ponerme desodorante (Vichy por Homme), he
ido a la cocina a prepararme un tazón de cereales (Kellogg’s Special K) con leche (Lala/Alpura) muy fresca, recién
sacada de la nevera (Electrolux). Un yogur (Actimel de Danone) de naranja ha completado mi desayuno».

Sí, vivimos rodeados de nombres de marcas, de hecho algunos investigadores dicen que en nuestro vocabulario existen más nombres de marcas (aproximadamente 1,500 nombres) que cualquier otro término y puede que sea muy cierto. Herrero Ingelmo, J.L. (2007, “Marcas comerciales y diccionarios”) menciona que el estatus gramatical de los nombres es incierto; no son sustantivos, no son nombres propios… ¿qué son? Son neologismos, eso sí, palabras creadas en los laboratorios creativos ya sea por redactores publicitarios, por diseñadores, por mercadólogos o por quien considere que es bueno para darle nombre a un producto.

No vamos a meternos ahora en el tema de quién es más apropiado para dedicarse a esa función, sino en cómo los nombres de marcas llegan a tener un lugar en el diccionario: para bien o para mal, el momento ese en que se convierte en un nombre genérico y el DRAE y demás diccionarios lo incluye.

Aspirina.
(Del alemán Aspirin, marca reg.).
1. f. Med. Sólido blanco, cristalino, constituido por ácido acetilsalicílico, que se usa como analgésico y antipirético.
2. f. Comprimido fabricado con esta sustancia.

Plastilina.
(Marca reg.).
1. f. Sustancia moldeable, de diversos colores, que se utiliza en escultura y como material educativo.

Rímel.
(De rimmel, marca reg.).
1. m. Cosmético para ennegrecer y endurecer las pestañas.

Nailon.
(Del inglés nylon, marca reg.).
1. m. Material sintético de índole nitrogenada, del que se hacen filamentos elásticos, muy resistentes. Se emplea en la fabricación de géneros de punto y tejidos diversos.

El nombre es tan apto para describir algo, máxime cuando otorga la economía del lenguaje, que el público lo adopta y se convierte en genérico, pero esto implica que ya no es único, es decir, que «Rímel» ya no es Rimmel (la marca de cosméticos para las pestañas que, a mi como consumidor, me otorga elegancia, sofisticación, estatus, etc.), sino cualquier cosmético para las pestañas.

Además, si ya está en el diccionario «Rímel», ¿quiere decir que cualquiera lo puede utilizar? y que aunque en su grafía no es igual a la marca registrada (Rimmel) en su fonética sí, entonces, ¿podría haber repercusiones legales si cualquiera usa «Rímel»? Son muchas las preguntas que plantea el hecho de que una marca pase al diccionario, no solo las que tienen que ver con la estrategia de mercadotecnia, sino con cuestiones legales. Al final, no es nada estratégico pasar de marca a nombre genérico, ¿no creen?